Si hablamos de arriero, la mayoría imagina a un hombre a caballo en medio de montañas trasladando de lugar al ganado, o a quienes encontraron la momia del niño en el cerro El Plomo en la cordillera de Los Andes centrales en el año 1954.
Pero los arrieros hoy también juegan un papel clave en el turismo de montaña, guiando expediciones para que los montañistas lleguen a las altas cumbres con éxito, porque conocen de memoria el lugar y saben mejor que nadie leer las montañas y su clima. No es una labor solo de hombres, ya que toda la familia es parte del trabajo, y las mujeres arrieras también se han abierto camino en este oficio.
A caballo y mula reparten las mochilas de los montañistas e inician su ruta. Toman decisiones durante el viaje, velando por la seguridad del grupo, dan consejos sobre respetar los senderos y no contaminar con basura, además de relatar historias para amenizar el viaje. Luego de los días acordados, los arrieros regresan a buscar al grupo y los guían nuevamente en el descenso seguro.
Las y los arrieros son un patrimonio nacional, parte de la cultura de montaña y hoy perfeccionan su labor para qué sea más sustentable, capacitándose en ganadería holística, primeros auxilios en zonas remotas, e idiomas.
En la Semana Internacional de la Montaña 2024 compartimos un panel con un grupo de arrieros, entre ellos Francisco Gallardo y su hija Evelyn, de la zona de Farellones; y los hermanos Gerardo e Ismael Ortega, del Cajón del Maipo. El mensaje fue unánime: llamaron a respetar y amar la montaña, y regresar a casa con todos los desperdicios que genere la expedición.
“Es importante el cuidado de la montaña, tenemos glaciares, ahí nace el agua y hay que cuidar el medio ambiente. En el Cerro El Plomo, por ejemplo, hay mucha basura, porque muchos montañistas no tienen esa responsabilidad. Se llevan una mochila de 25 kilos y serán 10 ó 15 de comida. De vuelta serían 5 kilos de basura y no son capaces de traerla”, reclama Ismael Ortega, cuya familia lleva alrededor de 120 años en la zona de El Cajón del Maipo.

Sobre su oficio, cuenta que antes se enfocaba más en la ganadería y ahora es mayoritariamente turístico. Se dedica a guiar y acompañar a turistas que quieren internarse en la montaña. Acomoda las mochilas en mulas y junto a su caballo les abre camino. “Los acompaño, algunos deciden ir sin caballos, pero en la montaña se arrepienten. Yo los ayudo, hay que ser simpático, contarles historias, como de la momia del Cerro El Plomo, porque mucha gente no sabe”, explica.
Papá e hija arrieros
Francisco Gallardo, de la zona de Farellones, le enseñó el oficio a su hija Evelyn, y la llevó a la montaña por primera vez a los 7 años. “Me gusta mucho el trabajo del arriero, aunque es esforzado. Yo ahora estoy más dedicada a dar clases de esquí, pero siempre que puedo retomo como arriera. Mi papá se sabe los senderos de memoria, y los caballos también, puedes soltar las riendas y ellos llegan a destino. Nosotros acompañamos a los montañistas en su ruta, llevamos su carga en nuestras mulas, todo bien distribuido para no dañar al animal. Se usan aparejos, y a veces nos llaman para ayudar en rescates. Sobre todo a mi papá”, cuenta Evelyn, quien además de arriera es profesora de esquí.
Su padre, Francisco, cuenta que en su familia hubo distintas generaciones de arrieros. A él le enseñó el oficio su abuelo. “Para ser arriero se necesitan muchas cosas como tiempo, paciencia con los animales, con la gente, ser responsable y astuto. Me encargo de que el peso de carga sea el adecuado para mis animales, aunque a veces los montañistas quieren pasar más peso y yo les advierto altiro que no, porque si un animal se daña y no puede continuar arriba en la montaña, todos salimos perjudicados”, dice.
Y también insiste en educar, practicando el turismo sustentable y responsable. “Cuando voy a la montaña me traigo toda mi basura, cosa que no hacen todos los montañistas. Hace unos 15 años limpié el cerro El Plomo con un amigo, sacamos 39 bolsas de basura. Si tengo que pedirle algo a la gente es eso, que no contamine la montaña y que, si nos contrata para acompañarlos en su viaje, sean respetuosos y nos hagan caso, porque nosotros sabemos mejor que nadie las rutas y cómo se comporta la naturaleza, los vientos y la neblina.”
